domingo, 6 de marzo de 2011

El dilema de las tres rosas

El vapor cubría el cuarto de baño por completo, no podía vislumbrar nada en aquella espesa niebla caliente, cuando de repente se me ocurrió algo que podría escribir. Algo que necesito que leáis para que sentáis como me siento.

Unos me juzgaran por lo que viene, otros quizá me dejarán pasar inadvertidos pero el resto,... el resto pensará que estoy viviendo una pesadilla.


Todo comenzó cuando me adentré en aquel bosque en medio de una tenue oscuridad. El sol ni siquiera podía penetrar entre la copa de aquellos grandes árboles de hojas oscuras. No recuerdo hace cuanto tiempo ocurrió, ¿quizá años? ¿quizá meses? ¿o quizá puede que ocurriera en horas?

Yo caminaba sin mirar atrás, mi cuerpo estaba erizado, no hacía frío pero un escalofrío me azotaba desde hace un buen rato. Ni siquiera encontraba la salida, y lo que más me preocupada no recordaba por dónde había entrado. Pero lo peor de todo era el silencio que invadía aquel bosque desde hace un rato, me ponía de los nervios y me obligaba a aligerar el paso.

Hubiera preferido mil veces que hubiera salido alguna alimaña o algún animal de gran tamaño que me amenazara, para mí el silencio en compañía con la soledad era lo peor. 


Mis ojos se abrieron de par en par cuando vislumbré una apertura que dejaba entrar una ráfaga de luz. No perdí el tiempo y me apresuré aun más rápido de lo que había andado hacia allí. Pero cuando llegué... solo pude ver una enorme cascada que emergía de una montaña desde donde se podía ver la luna oculta tras su corona.

No había otra salida, tenía que zambuyirme e introducirme en aquel bosque de nuevo. Un bosque más oscuro, más tétrico y donde los árboles formaban extrañas siluetas que provocaban que mi corazón quisiera salirse de mi pecho y correr en dirección contraria.

Mojado, mejor dicho empapado, crucé las aguas de la catarata. Unas extrañas aguas que se oscurecieron cuando yo me introduje. No le di importancia, creo que me estaba volviendo loco.

Crucé tres grandes arcos formados por horrendos árboles con el tronco del color de la ceniza y me encontré en una gran extensión de zarzas puntiagudas. No se veía nada tan solo los pinchos de estas que ansiaban atravesarme.

Pero algo comenzó a brillar, se trataban de tres rosas. Tres rosas que me llamaban desde el otro lado. Situadas a diferentes distancias. 

La primera era una rosa azul, desprendía un aroma dulce y apacible. Cuando la miré solo deseaba estar con ella, abrazarla, hacerla caricias y no soltarla nunca. Me daba igual pincharme con las zarzas.

Pero la segunda atrajo mi atención, una rosa roja, un rojo pasión. Mis ojos se clavaron en ella y entonces sentí un placer incomparable, un placer que ni siquiera me hubiera podido imaginar. No me importaba que estuviera más lejos, ni siquiera me escocía la herida que acababa de hacerme en el pie. Tenía que conesguirla.

En cambio la tercera, blanca como la luna. Me trasmitía felicidad, una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro. Una sensación que impedía que mi piel que se estaba desgarrando me provocara dolor. Tenía que avanzar.

Pero no sabía que hacer....

Conseguir el cariño que llevaba ansiando durante tanto tiempo. El calor que aquella rosa azul me podía trasmitir... Tomar la rosa que más cerca estaba

O tomar el placer inacabable, una sensación tan duradera y penetrante que nadie podría arrebatarme. Un placer que nunca jamás había sentido... Coger la que se situaba tan lejos y tan cerca a la vez

¿O quizá debería de acercarme a la rosa blanca? Aquella que me daba la felicidad que llevaba tanto tiempo buscando. Una felicidad que marcaría mi vida para siempre... Hacerme con la rosa que más lejos estaba.


¿Y tú? ¿Cuánto sufrirías y cual cogerías?



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